lunes, 11 de febrero de 2013

Mañana porteña en Madrid

Todos los días lo encontraba en el mismo autobús, el mismo viaje. Le oía platicar y nos hablaba de las calles de Boedo en Buenos Aires. Tardes de truco y los amigos, los pibes, la vieja y esas noches de diciembre en el portal de cada casa. Y era todo tan suave como un roce. Su soliloquio oíamos, entre paradas, y Argentina, despacito, se colaba en la mañana fría y los viajeros sonreían escuchando sus palabras. Nos hablaba del temor y la miseria, de la crisis que ennegrece estos días y recordaba antes de que todo estallara: él tuvo planes, futuro, toda una vida. Y el autobús callaba y de repente habitábamos todos un colectivo recorriendo, cansado, Buenos Aires, por las calles de un Madrid lleno de frío.


Ahora, decía, estaba bárbaro: tenía un buen laburo y ya su jefe le había prometido que muy pronto le arreglaría todos los papeles. Y muy pronto los pibes y la vieja se vendrían acá. Todo se arregla. “Cuestión de confianza”, nos decía. El futuro ha de venir en primavera. Y me parece oír un dulce tango, y no sé si eres vos o si sos tú, entre el yira o tal vez la última curda, tenés el corazón mirando al sur. Cada mañana nos toca leer nuevas leyes contra el viajero que llega. Entonces pienso en él. Ruego a los dioses que guarden su camino y lo protejan. No lo hemos vuelto a ver. Hará tres meses desde el tiempo en que decía que se sentía tan bien acá en España... igual que si estuviera en su Argentina.